Agua Mansa, un pueblo en gran parte hispano más allá de la periferia de Los Ángeles, es el hogar de Perla Portillo y su Botánica Oshún, adonde acude la gente en busca de amuletos, hierbas y velas. Más que nada, buscan los consejos de Perla, quien ha estado al servicio de la comunidad durante años, armando a sus clientes con las herramientas que necesitan para sobrellevar todo tipo de crisis, tanto grandes como pequeñas. Tenemos a Juan, un hombre que intenta aceptar la muerte de su padre; Nancy, una maestra de escuela recién casada; Shawn, un adicto que busca la paz dentro de su caótica vida; y Rosa, una adolescente que intenta bajar de peso y encontrarse a sí misma. Pero cuando llega un cliente con un pasado turbulento y misterioso, Perla lucha por ayudarlo y debe hacer frente tanto a sus ilusiones frustradas como a sus dudas acerca del lugar que le corresponde en un mundo que cambia con mucha rapidez.
Imaginativa, alentadora, lírica, hermosamente escrita, Los santos de Agua Mansa, California, es una novela que evoca lo imprevisible de la vida y la persistencia del espíritu a través de las vidas de los habitantes de Agua Mansa y, en especial, de la mujer que se encuentra al centro de todo. Sus historias son aquéllas de la fe y la traición, el amor y la pérdida, los lazos de la familia y la comunidad, y la constancia del cambio.
“Tan perfecta como las cuentas de un rosario . . . capaz de renovar la fe que tiene uno en la nueva narrativa”. –Sandra Cisneros, autora de La casa en Mango Street
“Original, mágica, hermosa y evocadora . . . ofrece una ventana a un mundo que la mayoría nunca vemos”. –Lisa See, autora de Snow Flower and the Secret Fan
“Alex Espinoza está en camino de convertirse en el Faulkner de su propio paisaje encantado, aquel de la comunidad de Agua Mansa, tierra adentro en el sur de California. Este lugar cobrará vida ante los lectores de todo el país a través de una prosa delicada, exquisita e infundida de espíritu”. –Susan Straight, autora de Highwire Moon
Release date:
February 4, 2009
Publisher:
Random House
Print pages:
272
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Mi hermana Blanca se encuentra de pie frente al espejo, meneando las caderas al son de una canción que suena en la radio, parando la trompita y soplándose besos a sí misma. Me avienta un frasco de esmalte de uñas, rojo brillante con trocitos plateados girando dentro. Cuando lo pongo en su buró, Blanca dice que me lo quede, que lo compró para mí. Es un tono muy subido, le digo. Ella ríe.
Me quita de su cama y me conduce al espejo, me dice que me mire, que vea mis bonitos ojos verdes. Hay algunas fotos de sus novios pegadas al marco del espejo. Miro más allá de las fotos a las espinillas rojas en mi cara, mi piel morena llena de manchas, las llantas alrededor de mi panza que estiran mi blusa, mis bluyines, el resorte de mis calzones. Mi cuerpo está fuera de control.
Blanca quiere ir a la escuela para ser maquillista y estilista, así que siempre me trata de embellecer, siempre me pone lápiz labial y rímel. Toma unos pasadores del cajón para sujetar mi cabello. Mi hermana tiene cierta gracia en la manera en que se mueve, la manera en que me pasa los dedos por la cara, la manera en que su cuerpo vibra. Se desliza. Es como si estuviera debajo del agua. Cuando me quito los pasadores, Blanca se enoja, quiere saber qué me pasa. No me comprende. Dice que yo siempre ando apachurrada y que debería aprender a tener más confianza en mí misma. Pero es difícil tener confianza en ti misma cuando pesas tanto como yo. Cuando tu cuerpo es tan grande que hasta te cuesta respirar.
Mi madre entra a la recámara, sujetando las llaves del carro. Vamos a la botánica por más té del que he estado tomando para ayudarme a controlar mi apetito. Blanca menea la cabeza y me pregunta si me está funcionando el té. Bajé cinco libras y mi mamá le recuerda esto.
Mi hermana pone los ojos en blanco.
En el carro, mi madre enciende un cigarro. Dice que no debo hacerle ningún caso a Blanca. Que cinco libras son cinco libras, y que no debo dejar que su actitud me desanime. Mi mamá se cortó el pelo hace poco y se lo tiñó porque se le empezaban a notar mucho las canas. Lo trae puntiagudo en la coronilla, y cree que eso la hace ver más joven. Se adorna con cadenitas de oro y plata en los tobillos y un anillo para el dedo del pie que nunca se quita.
Mi bisabuelo le decía “Gorda” a mi mamá cuando era chica. Le pellizcaba los cachetes y la panza. A ella eso le daba vergüenza, y no fue hasta que mi mamá me tuvo a mí y empezó a hacer ejercicio que adelgazó. Y gracias a su “victoria sobre la obesidad” mi mamá ha decidido ayudarme a ganar mi batalla.
Ella dice que, en muchos sentidos, tengo suerte de que mi peso extra se encuentre principalmente alrededor de la panza porque es fácil lidiar con las estrías, puedes frotarte la savia de la sábila y, después de un tiempo, desaparecen. Pero su gordura se encontraba en los muslos, donde las estrías casi nunca desaparecen.
Mientras manejamos por la calle, mi mamá sigue hablando sobre la autoestima, sobre cómo los hombres no quieren casarse con mujeres gordas y me doy cuenta que divago, que dejo de prestarle atención a su voz. Me miro en el espejo retrovisor. Las palabras los objetos están más cercanos de lo que aparentan están inscritas en la parte inferior del vidrio y, cuando saco la cabeza por la ventana, tengo las palabras tatuadas en mi frente.
Comencé a engordar hace varios años. Me pegó de golpe. Mi mamá se culpó a sí misma por no cuidarme y no controlar mejor mi dieta. Decidió que este verano era nuestra oportunidad. Necesitábamos hacer algo antes de que fuera demasiado tarde. Necesitábamos un plan de ataque. Así que mi problema se convirtió en su proyecto. La estrategia era que yo hiciera ejercicio con la ayuda de su montón de videos viejos para hacer ejercicio, los mismos que ella había usado para bajar de peso, y que comenzara a tomar el té que conseguimos en la botánica.
Ella ha estado yendo desde hace años a consultar con Perla, la dueña, sobre todo tipo de cosas, desde nervios a migrañas hasta cómo ganar el premio gordo de la lotería y toda esa bronca con mi padre. Yo tenía uno y Blanca tres cuando ella lo echó de casa por apostar sus ahorros de toda una vida. El primer lugar al que corrió después de hacer eso fue a la botánica. Perla le dijo a cuál santo encomendarse para encontrar marido pero, aparte de unos cuantos novios aquí y allá que tomaban o lloraban demasiado, en realidad nunca ha encontrado a un hombre.
Desde que comenzaron mis vacaciones de verano, hago por lo menos una hora de ejercicio diaria. Me tomo el té dos veces: uno en la mañana en lugar de desayuno y otro en la tarde. Como un almuerzo y una cena ligeros, principalmente verduras, pechugas de pollo despellejado y pescado. Ella sabe que me choca todo eso, que siento que no me funciona y que nada más estamos gastando nuestro tiempo y dinero. El otro día le pregunté que por qué no me llevaba al doctor. Ella dice que los doctores no saben nada de esto. Que ellos me verían y dirían que estoy bien. Me meterían en un cuarto, me subirían en una báscula, me pincharían, me darían de alta y luego ella les debería un montón de dinero. De ninguna manera, dijo ella. ¿Pa' qué? Nosotros podemos hacerle frente a esto. Lo mejor son los videos para hacer ejercicio, dijo. Y le tiene fe a doña Perla, sus tés amargos, su tienda abarrotada de santos y Budas, sus tarros de polvos y frascos de aceites para seducir amantes y atraer la buena fortuna.
Cinco libras, dice mi mamá cuando paramos en la botánica y aplasta la colilla del cigarro en el cenicero. Abre los dedos, los mueve. Cinco libras. • • •
La botánica huele a encerrado, como si nadie hubiera abierto las ventanas desde hace años. Huele a botella de vitaminas. Cuando era más chica, Perla tenía estantes y libreros en medio de la tienda. Una vez entró un hombre en muletas. No podía desplazarse bien por el lugar y ella tuvo que mover algunas de las sillas para que él pudiera acercarse al mostrador. Traté de no quedarme mirándolo.
Perla me saluda por detrás del mostrador. Se pone los lentes y se queda allí mirándome por un minuto como si no supiera quién soy. A veces trato de imaginarme cómo se vería cuando era joven, si era del tipo de muchacha que tenía muchos novios. Aunque es ya mayor, sus brazos son delgados y están en forma, y me recuerdan los de una abuela inglesa que vi una vez en la televisión que se estaba entrenando para cruzar a nado el Canal de la Mancha.
—¿Dónde está tu mamá? —pregunta ella.
Señalo y le digo que está fumando y no puede pasar, pero que le manda saludos.
Me felicita cuando le digo que bajé cinco libras. Dice que es un comienzo, un buen comienzo y que, si me tomo el té y hago mis ejercicios, probablemente bajaré más.
Al momento en que me da el té y alargo la mano para pagar, se me caen los billetes de la mano. Me agacho a recogerlos y tumbo un estante de estampas religiosas. Perla ríe cuando me ve tratando de juntarlas.
—No te preocupes —dice—. Yo lo hago.
Me dice adiós con la mano y le manda saludos a mi mamá.
Cierro la puerta detrás de mí y camino hacia el carro donde mi mamá me espera.
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